Desde siempre, los seres humanos creamos rituales.
Antes de que existieran los calendarios, los horarios o las obligaciones, ya existía la necesidad de marcar momentos, de darles sentido, de detener el tiempo por un instante. Un ritual no es una ceremonia rígida ni un acto solemne. Es un gesto cargado de intención.
Puede ser un abrazo.
Encender una vela.
Vestirse de cierta manera.
Preparar una mesa.
Respirar hondo antes de seguir.
El ritual aparece cuando algo importa.
- ¿Por qué necesitamos rituales?
Porque los rituales ordenan lo invisible. Le dan forma a lo que sentimos y no siempre sabemos decir.
Nos ayudan a transitar cambios, despedidas, comienzos y continuidades. A reconocer lo vivido. A habitar el presente con más conciencia.
En un mundo que empuja hacia la rapidez y la distracción, el ritual propone pausa.
En un mundo que exige resultados, el ritual ofrece sentido.
- Honrar el ritual es honrar la experiencia y honrarse uno mismo.
Cuando repetimos un gesto con intención, algo se asienta.
El cuerpo entiende.
La emoción se acomoda.
La mente descansa.
Honrar un ritual no es hacerlo perfecto, sino hacerlo propio. No se trata de seguir pasos ajenos, sino de reconocer qué nos conecta con nosotros mismos.
Un ritual puede ser íntimo o compartido. Silencioso o lleno de palabras. Sencillo o elaborado. Lo importante no es la forma, sino la presencia.
-El ritual en lo cotidiano.
El ritual no vive solo en las grandes fechas. Vive en lo pequeño.
Ritual es volver.
Volver al cuerpo.
Volver al presente.
Volver a lo esencial.
No importa el momento del año. No importa el contexto. Siempre hay algo que merece ser honrado. Siempre hay algo que puede encenderse.
Hace el ritual de honrar y honrarte.
